sábado, 24 de enero de 2015

Tórtolas

¿Y si yo quisiera ser engañado? ("Veraneantes", Máximo Gorki)


No había razones para esto, pero de todos modos sucedió. Un día –día desplumado, feliz y triste, muy espeso como la salsa de los restaurantes chinos- el cerco se abre y escupe un abigarrado bloque de desechos. 

Yo no sabía que aquí dentro tenía todo esto. Tedio. Escarnio. Furia sin dirección, furia que todo llena y amplía. El asidero no era el correcto; la lectura no era la recomendable -¿o sí?-. Existían unos planes que evidenciaron su futilidad cuando finalizaron las obligaciones precedentes. Ah, pero yo supe desde el principio que aquellos sueños se acimentaban sobre cadenas de musgo, sabía que los soportaban silencios espolvoreados de intención estratega demasiado calculada. 

Aquí vive la jugadora número dos, la que adivinó el teatro y aun así participó en su puesta en escena. ¿Es por esto que me dicen que soy inteligente? ¿Porque intuyo inconscientemente la falsedad de lo que va a llegar sin remedio? ¿Porque acepto con alegría ser engañada?

Defraudo a propósito unas expectativas que hacían equilibrios sobre un palillo mondadientes. Me río de ellas desde estas letras que se anulan a sí mismas a medida que son escritas por mis dedos estériles. Acabo con la poca esperanza que quedaba para liberar al palomo cojo de la jaula desde la que examina a las tórtolas. Despejo su raíl de viento desbocado y me giro para no ver cómo pasa revista a otras aves que siempre serán más tontas que yo.

Escribo porque mi raíz ahora está candente y ruega ser descrita. Tengo pinzado el telón con unas uñas que no me corté en varias semanas. Pero es fin de semana y por fin ha llegado el día de mi descanso.


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