domingo, 25 de enero de 2015

Libro del desasosiego. Fernando Pessoa. 363.

No podemos amarnos, hijo mío. El amor es la más carnal de las ilusiones. Escucha: amar es poseer. ¿Y qué posee quien ama? ¿El cuerpo? Para poseerlo sería necesario hacer nuestra su materia, comerlo, incluirlo en nosotros... Y esa imposibilidad sería temporal, porque nuestro propio cuerpo pasa y se transforma, porque nosotros no poseemos nuestro cuerpo (poseemos únicamente nuestra sensación de él), y porque, una vez poseído ese cuerpo amado, se tornaría nuestro, dejaría de ser otro, y el amor, por eso, con la desaparición del otro ser, desaparecería...

¿Poseemos el alma? Escúchame en silencio: Nosotros no la poseemos. Ni nuestra alma es tan siquiera nuestra. Por lo demás, ¿cómo poseer un alma? Entre alma y alma se abre el abismo de ser almas.

¿Qué poseemos? ¿Qué es lo que poseemos? ¿Qué es lo que nos lleva a amar? ¿La belleza? ¿Y amando podemos poseerla? La más feroz y dominadora posesión de un cuerpo, ¿qué es lo que llega a poseer de él? No el cuerpo, ni el alma, ni siquiera la belleza. La posesión del cuerpo hermoso no abraza la belleza, abraza la carne celular y grasienta; el beso no roza la belleza de la boca, sino la carne húmeda de los labios mortales y sus mucosas; la propia cópula no pasa de un contacto, un contacto restregado y próximo, pero no una penetración real, ni siquiera de un cuerpo en otro... ¿Qué es lo que nosotros poseemos? ¿Qué es lo que poseemos?

¿Nuestras sensaciones, por lo menos? ¿Es al menos el amor un medio de poseernos a nosotros mismos en nuestras sensaciones? ¿Es al menos un modo de soñar nítidamente, y por ello más gloriosamente, el sueño de existir? y, por lo menos, desaparecida la sensación, ¿queda su recuerdo con nosotros para siempre y así, verdaderamente, la poseemos?...

Hasta de eso hemos de desengañarnos. Nosotros no poseemos ni siquiera nuestras sensaciones. No por la memoria [...]. La memoria, al final, es la sensación del pasado... Y toda sensación es una ilusión...

-Escúchame, sigue escuchándome. Escúchame y no mires, por la ventana abierta, la otra orilla lisa del río, ni el crepúsculo, ni ese silbido de tren que corta la vaga lejanía. Escúchame en silencio...

Nosotros no poseemos nuestras sensaciones... No nos poseemos en ellas...

(Urna inclinada, el crepúsculo vierte sobre nosotros un aceite donde las horas, pétalos de rosas, flotan espaciadamente).


Fernando Pessoa


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