martes, 21 de octubre de 2014

Cultura

El otro día vi en los informativos de TVE un reportaje que informaba sobre la nueva edición del diccionario de la RAE. En él se daba un dato que me impactó: la palabra más buscada el último año en el diccionario online de esta institución ha sido cultura. La verdad, pensé, es que, así en frío, yo no sabría definir esta voz con la que a tantos se nos llena la boca. Así que la busqué en la aplicación de móvil que más uso (después del WhatsApp, I confess), y que es, una vez más, el diccionario de la RAE.

Me encontré con múltiples acepciones. Copio y pego tal cual:

cultura.
(Del lat. cultūra).
1. f. cultivo.
2. f. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.
3. f. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.
4. f. ant. Culto religioso.
~ física.
1. f. Conjunto de conocimientos sobre gimnasia y deportes, y práctica de ellos, encaminados al pleno desarrollo de las facultades corporales.
~ popular.
1. f. Conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo.


La primera reza "cultivo". Nunca lo habría dicho, pero así es. No sé qué jerarquías siguen las distintas definiciones de una palabra en cada entrada de la RAE, con lo cual desconozco si la palabra "cultura" es mayormente usada para referirse a su primera acepción. 

Pero eso es anecdótico. Porque lo que me interesa realmente es la segunda línea. Cuando me indigno con la humanidad, que suele ser cuando más consciente soy de la realidad y bajo de mi mundo yupi para enfangarme con la suciedad -normalmente encubierta- que me rodea, el pensamiento que me azota de una manera especial es "si es que la gente no piensa". Y así lo creo: presumimos de ser animales racionales, inteligentes y autoconscientes, y sin embargo desaprovechamos repetidamente ese cerebro que la naturaleza nos ha dado, lapidando poco a poco su potencial a base de no ponerlo en marcha. Los medios de comunicación de masas venden como atractiva y deseable la personalidad del cateto por voluntad propia, la de la persona que, teniendo todo el conocimiento de la Historia a su disposición en una era en la que estamos sobreinformados, decide entregarse al abismo de la ignorancia y del pasotismo supuestamente rebelde, porque es más guay o porque es lo que se lleva. Y, para qué engañarnos, es cierto que el saber, el conocimiento, la cultura al fin y al cabo, no están de moda, incluso parece que quien se esfuerza por, aunque sea, rozarlos con las yemas de los dedos, está desfasado o pertenece a una secta aburrida y sosa de la que es mejor mantenerse alejado.

Tengo la suerte de haber crecido en un ambiente en el que la cultura era (y es) un valor apreciado. Y, gracias a haber estado en contacto con ella desde pequeña, ahora puedo continuar rodeándome de personas que valoran igualmente el saber, cuyo motor esencial es la curiosidad (algo también denostado en nuestros días, por cierto). Pero muchas otras personas no tienen acceso a la cultura de pequeños, que es precisamente cuando esa conexión mágica y duradera puede afianzarse. Más tarde ya es difícil que eso se dé, aunque no es imposible, claro. Sin embargo, me asusta ver cómo gente de mi edad o más joven que yo no sólo no repara en la cantidad de cultura que emerge a su alrededor (en universidades, teatros, librerías, salas de cine, etc.), sino que incluso escapa de ella como si de un virus altamente contagioso se tratase. Parece que asocian "cultura" a "esfuerzo", y sí, en cierto modo lo es, pues leer un libro o interpretar un cuadro supone un ejercicio mental complejo, pero a la vez apasionante y retador. Poder descifrar los códigos culturales es, creo, uno de los factores que nos hace humanos pensantes en lugar de hombres-máquina, como dice Chaplin en la inmensa "El gran dictador".

No puedo evitar reflexionar sobre dónde está el error del sistema educativo y de nosotros, en general, como conjunto social, cuando descubro que amigos míos, universitarios algunos, matan el tiempo libre con "Hombres, mujeres y viceversa". O cuando, en las listas de libros más vendidos, "Cincuenta sombras de Grey" ocupa la primera posición. Cuando salas de proyecciones independientes echan el cierre mientras los cines comerciales se llenan los bolsillos con la última americanada de turno. ¿Es todo eso cultura, o se trata más bien de opio para el pueblo? Una pregunta que solía hacerme es si es preferible que una persona no lea nada a que lea literatura barata. Supongo que la respuesta varía según la persona de la que se trate (de las oportunidades que haya tenido a lo largo de su vida por acercarse a la cultura, de la época en la que nació, etc.). En concreto, yo pienso ahora en los jóvenes como yo, que han estudiado, que han viajado, que se han relacionado con otras culturas -precisamente-, gente que con un click puede dar con billones de billones de bytes de información de calidad, pero que prefieren invertir la señal del wi-fi en ver, durante horas, vídeos de memeces en YouTube.

A ver. Creo que hay tiempo para todo, y que entretenerse por el simple hecho de entretenerse es perfecto a veces. Pero el mundo, aunque ha estado habitado por los humanos durante muy poco tiempo comparado con la edad del planeta, alberga un vasto conocimiento en diferentes formas, en las más diversas artes y ciencias (que evolucionan de la mano). Y todo eso está ahí para nosotros, y cuanto más lo amemos y valoremos, más tendremos de esa cultura que nos permite, como dice la RAE, desarrollar nuestro juicio crítico. Y ese juicio crítico no sirve, como parece que muchos culturetas pedantes piensan, para fardar delante de todo aquel que se cruce por nuestro camino, dejándole boquiabierto con las enumeraciones, los datos curiosos y las correcciones repelentes de las que somos capaces. Para mí, el juicio crítico nos permite ser más conscientes de lo que nos rodea, reaccionar -y sobre todo actuar- ante las injusticias, tener una perspectiva amplia de las cosas y medir bien todas las caras del prisma antes de formar nuestra propia verdad; nos permite ser cautos, prudentes y serenos en nuestras opiniones, ponernos en la piel del otro en lugar de juzgar sus actos, aumentar nuestra curiosidad y despertar en los demás el deseo de saber, de conocer, de informarse, de alimentarse de la cultura que está naciendo a cada momento en cada molécula de la Tierra. En definitiva, nos permite ser más humanos, más pensantes y más humildes, pues, cuanto más conoce uno, mejor sabe todo lo que le queda por conocer, y no osa imponer su criterio ni hacer gala de él, porque se cuestiona permanentemente a sí mismo.

De Periodismo se me quedó la idea de que todos debemos tener una opinión sobre todo, en especial si somos periodistas. Yo pongo en duda esa condición: creo que es nuestro derecho y nuestra obligación informarnos, culturizarnos, y quizá vislumbrar unas ideas que nos orienten, que nos den sustento. Pero creo que es todavía más importante dudar de todo, incluso de lo que ya damos por sentado. A eso me refiero cuando me indigno y pienso que las personas no pensamos todo lo que deberíamos pensar. Nos movemos por la vida con opiniones que creamos hace muchos tiempo y que no nos hemos vuelto a cuestionar. Puede que nos funcionaran hace 10 años, 5 meses o ayer, pero ¿nos sirven todavía? ¿Hemos actualizado nuestro disco duro? ¿Hemos PENSADO de nuevo? No. Y no hemos pensado porque no nos hemos aproximado a ese libro que sacudiría las creencias más inconscientes y arraigadas, porque no hemos pagado la entrada de la obra de teatro que nos dejaría tocados durante dos semanas, porque hemos preferido evadirnos de la realidad con una peli romanticona y llena de tópicos que con una cinta de las que invitan a reflexionar de la manera más feroz.

Me queda la esperanza de que "cultura" haya sido la palabra más buscada de la RAE porque muchísimas personas queramos saber qué es exactamente eso que amamos y que nos nutre día a día. 



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