En sus ojos se leía la más pura honestidad. El
color cobre de sus iris respiraba una transparencia más infantil que la de los
niños. Ella supo que él no sabía ni quería disimular su capacidad de navegar
por los recovecos más precipitados del alma de los otros. Pero no era
vulnerabilidad lo que sentía cuando le miraba a los ojos; lo que se generaba en
su ser no tenía nada en común con la desnudez incómoda que le producían las
miradas invasoras y prepotentes que encontraba en algunos artistas ególatras que
creían poseer el don, y por tanto el derecho, de la lectura mental.
Todo se tornaba sencillo a su lado; fluido. Caían
las máscaras y morían los personajes. Quizá porque se daba cuenta de que con él
no valía la pena fingir. Y no porque fuera a darse cuenta de la farsa, sino
porque con él no aparecía la posibilidad de aparentar, de intentar parecer más
listo, más tolerante o más generoso. Las luces y las sombras cobraban
significado cerca de él. Todo era aceptable y aceptado. La miseria aparecía de
debajo de los poros, de los callos, de las cicatrices de una piel rasgada y
añeja, y se transformaba en algo bello, limpio, tan humano como un bebé recién
nacido, libre, aunque no lo dijera dios, de pecado.
Ella buscaba de forma salvaje a las personas
que, con su sola presencia tranquila, le hacían sentir que podía ser ella
misma. No las encontraba frecuentemente. Pero, cuando daba con una, era como
recuperar la respiración normal tras una inmersión duradera en un mar muy
hondo. Si existían conexiones invisibles entre ella y el universo, aunque
fuesen frágiles como hilos de seda, se abrían, florecían repentinamente,
creando un ir y venir de pensamientos ingrávidos, de sentimientos que sabían a
fresa, a zanahorias dulces, a algodón. No existían muchas personas así, o al
menos ella no las había encontrado, pero a esas pocas las guardaba en su memoria
o en su agenda de teléfonos, y a veces recurría a ellas aunque fuese haciendo un
viaje tan imaginario como real.
¿Dónde se habrían gestado aquellos ojos?
¿Esconderían algún trauma, alguna debilidad? ¿O realmente serían tan sinceros
como parecían? Había tanta gente que escondía gigantescas derrotas detrás de
unos ojos bonitos. Ella tenía intuición, y la cultivaba sin ser demasiado
consciente de estar regándola con su simple vivir, pero no sabía si era suficiente
para conocerle a él en su ser más escondido y vedado a los que no se habían ganado
un acceso privilegiado. ¿Cómo alguien permitía que cualquier persona
descubriese su verdad? ¿Era eso posible, o era otra pose más, parecida a la de
algunos artistas con quienes convivía?
¿Era posible una mirada tan honesta?
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