martes, 28 de octubre de 2014

Sentimientos. Esencia.

Había sentimientos que no sabía nombrar. Al experimentarlos de esa manera casi impropia, externa, recurría a la vía fácil, que era intentar tapiarlos con la culpa o desoír sus cánticos amedrentados. Nunca, hasta un atarceder de martes en el coche, volviendo a casa, pensó que, a lo mejor, la acidez que sentía en el pecho y que reaparecía casi cada noche justo antes de la cena podía tener una doble lectura, una traducción amable; que se podía tratar de melancolía, o mejor, de saudade, como acertadamente agrupan los portugueses en una palabra la voluntad acerba de reencontrarse con un amigo o con una patria lejana.

"Echar de menos". Ésa era la construcción que la vestía ahora al igual que el flexible guante cubre una mano etérea, inmaterial bajo la tela. "Os echo de menos", escribió en un mensaje de texto. Lo envió. "Tan fácil", se dijo, "tan sencillo que nunca había caído en ello".

Todo el día había estado bailando con diferentes músicas, moviéndose al son de ritmos ahora pausados, luego frenéticos; se había empeñado en enderezar la espalda y la energía, proyectando la nuca casi al techo, caminando como si bajo sus pies se acumulara arcilla deshecha y caliente. Como siempre, perdía la lucha contra una agenda que trataba de armar en su cabeza. Cerraba los ojos; uno estaba irritado de tanto enfocar la perspectiva equivocada. Los abría, y trataba de llegar a esa esencia que todos tenían; eso había escuchado cada día, varias veces.

¿Pero dónde residía la suya? ¿En qué oscuro cruce había aparcado? No era un buen día. ¿Y por qué?

Sentimientos sin nombre. Traducciones torpes, como ella se veía a sí misma. Falta de práctica. Una decisión; disciplina y una antorcha. Un escenario la espera.

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