domingo, 12 de octubre de 2014

Otro blog más

He abierto tantos blogs a lo largo de mi vida que no puedo calcular qué puesto ocupará éste en la lista de proyectos fallidos. Y me lo digo así, clara y honestamente, porque sospecho que esto aguantará lo que la motivación que acompaña al inicio de cualquier propósito dure. No pretendo llegar a mucha gente a través de mis palabras, ni siquiera a una sola persona (esto lo digo ahora, pero seguro que en unos días me obsesiono buscando comentarios residuales en el blog). Sólo quiero cumplir el objetivo de escribir, y hacerlo sabiendo que otros pueden leerme me compromete mucho más conmigo misma que ordenando letras en un documento de Word que quizá no envíe a nadie.

Hace cinco años me metí en Periodismo porque pensaba que allí me enseñarían a escribir mejor. En las aulas descubrí que ya sabía escribir bien, y que de hecho ése era un requisito imprescindible para desempeñar con dignidad la profesión periodística. Bueno, eso creía entonces, porque tras leer a muchos articulistas y columnistas me decanto por pensar que es el editor quien en realidad sabe escribir, y no tanto el periodista.

En la facultad de Comunicación no me enseñaron, pues, a escribir mejor. Daban por hecho que podía hacerlo. En el primer cuatrimestre ya me di cuenta de que había elegido una carrera que no me gustaba, pero decidí continuarla porque ya había abandonado otra, la de música, y porque con el plan Bolonia, decían, "el primer curso es el más aburrido y general". No sé: a mí todos los cursos me parecieron bastante aburridos y generales, pero creo que este juicio tiene más que ver con mi desencanto con el periodismo; otros compañeros acabaron la carrera encantados y conservando el sueño de ser reporteros de guerra o presentadores de informativos en la televisión.

Yo, que escribía de forma compulsiva desde que me pusieron un lápiz en la mano (y escribía tanto ficción, siempre en forma de cuentos, como diarios personales y, ya lo he dicho, blogs), abandoné la afición coincidiendo con mi entrada en la carrera. Mirando atrás, pienso que quizás asocié la escritura con un periodismo con el que mantenía una ondeante relación amor-odio (ahora me encantas y creo que contigo puedo cambiar el mundo; ahora te detesto y estoy convencida de que no sirves más que para alimentar el ego de quienes se sirven de ti). Alguna vez volví a escribir algo que no fueran artículos o notas de prensa para asignaturas o para prácticas impagadas, pero tarde o temprano abandonaba el trabajo, pensando que la idea no era lo suficientemente original o que carecía de valor literario.

Acabé Periodismo hace un año y, a pesar de todo, supe valorar lo que la carrera me había dado: sobre todo, una visión nueva de la realidad, una conciencia crítica que, curiosamente, critica menos cuanto más la entreno. Desde que rematé los últimos créditos supe que mi vida continuaría ligada, inexorablemente, a las palabras, al lenguaje que siempre me ha fascinado y que he amado por encima de cualquier otro arte (¿acaso no es un arte?). Desde entonces he trabajado como freelance escribiendo artículos sobre viajes y desarrollo personal, así como editando artículos y obras de otros autores. También comencé a estudiar Arte Dramático, carrera que acabó de engancharme cuando tuve que hacer mi primer análisis de personaje a través del texto: ¡Cuánto esconden las palabras! ¡Cuántas interpretaciones existen de una sencilla frase de media línea! ¡Cuánto podemos conocer a las personas a través de su lenguaje!

Creo que, de esas siete inteligencias de las que habla Gardner, la mía ha sido, es y será la lingüística. Desde pequeña tengo una intuición especial para las palabras y para la escritura. De bebé, por lo visto, sacaba de sus casillas a mis padres preguntándoles incansablemente cuáles eran las letras de las matrículas de los coches que veíamos por la calle. Una vez mi padre me bailó una jota y, cuando acabó, le pedí que me bailara la "i". Según él, yo era una especie de fábrica de escribir cuentos, algunos de los cuales todavía conservo.

Disfruto escribiendo. Disfruto haciendo una búsqueda intensiva y agotadora de la palabra que describa exactamente lo que hay en mi mente. A veces la encuentro; otras veces sólo aparece la quinta vez que reviso el texto. Disfruto alternando el diccionario de la RAE con el de sinónimos de Wordreference. Disfruto releyendo algunos de mis textos y comprobando que, al contrario de lo que pensé cuando acabé de escribirlos, son buenos.

Hace unas semanas me propuse volver a escribir "en serio". Este año soy igual de pluriempleada, pero no soy tan pluriestudiante como el curso pasado, así que los fines de semana que antes llenaba con formaciones ahora son solamente para mí. He instalado mi cama y mi escritorio en la buhardilla en la que dormía cuando era pequeña y que luego pasó a mi hermano, que ahora está de Erasmus en Alemania. Me he propuesto escribir ficción cada día (los artículos son periodismo, no literatura, aunque yo, confieso que queriendo, intento siempre embadurnarlos de ella). La ficción se quedará para mí. En el blog quiero hablar de otras cosas, de pensamientos que se quedan largos para el Facebook, de reflexiones que no encuentran tribuna en la vida real.

Ah, por cierto, me llamo Irene y soy de un pueblo de Valencia. Ahora tengo 24 años, y desde hace un mes ya no me siento vieja. ¡Bienvenido!

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