viernes, 7 de noviembre de 2014

Dudas


Una semana llena de preguntas y vacía de respuestas.

Estos ciclos se dan. Suceden. Cuando un interrogante se abre, tarda mucho tiempo en cerrarse definitivamente. Y ese “definitivamente” es un engaño, una mentira que nos creemos porque es dulce, confortable; porque nos ayuda a vivir, aun siendo del todo irreal.

Todos nos preguntamos cosas, y todos atesoramos dudas que nos agotan durante el día y que se aparecen en los sueños por las noches.

Pocas personas se atreven a meditarlas, a manifestarlas e incluso a compartirlas con terceros. Algunas lo hacen cuando las dudas son sólo un embrión informe en la base de su estómago. Otras las expresamos cuando, a base de recorrer cientos de caminos internos cuyas señales de tráfico las han derivado una y otra vez a los mismos callejones sin salida, se han convertido en una maraña de imposible resolución sin la ayuda de otros.

Las respuestas de los demás son reconfortantes y acogedoras, e incluso pueden proporcionar una calma pasajera como la que mana del pecho caliente de una madre lactante.

Sin embargo, el alivio que se deriva del desahogo compartido es efímero, ficticio, y más pronto que tarde reaparece la angustia, el dolor; la duda se amplifica y, como una gota de agua que se rompe sobre el mármol del lavabo, se subdivide en nuevas preguntas que martillean a la cabeza exhausta y harta de circulares e infructuosos pensamientos.

El mundo ha sido diseñado para tener éxito, para prosperar, para estar seguro, para no dudar.

La duda es semejante a una condena existencial de la que todos, en masa, huimos, para en seguida descubrir que nos pisa los talones inexorablemente.

Y así, poco a poco, mientras odiamos el proceso, las preguntas van acumulándose en un cuaderno mental que no halla par en el mundo de lo tangible. El cerebro se va cargando de ideas grises que conectan a los complejos con la vivencia, a la culpabilidad con el deseo, al miedo con la incapacidad, a los hechos con otros hechos más cercanos en el tiempo; a la vida consigo misma, al fin y al cabo.

Dudar siempre es sufrir un poco, pero donde más sufrimiento hay es en la verdad. 

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